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Cuando los sumergí en el agua apenas se movían. Una pizca de sal pareció reanimarlos. Al aumentar la temperatura, los pequeños, los más débiles, entraron en una suerte de frenesí, un baile convulso que les llevaba a lanzar dentelladas a los grandes, los más fuertes, que continuaban aletargados.
Con cada dentellada, la piel desgarrada mostraba la albura de la carne latente, temblorosa por los nervios devorados. Todo aquel dolor se tornó en máxima violencia, la espiral centrípeta del individuo invicto, pero casi devorado; el líder que, como premio, terminaba yaciendo en un campo de arroz amarillo con vistas al mar.
La empatía es un don… se nace con ese punto de sensibilidad. Me ha gustado mucho. Seguro que dirían de ti: ha fallecido el escribidor de esperanza. Un beso.
Ya ves que el comentario corresponde al texto anterior. Disculpas mil!!!
Aquí, leo con tristeza que, el poderoso siempre sale con la victoria en la mano y que incluso el reconocimiento social es mayor… no sé, pero me gusta…